ABC | Disfrutar la jubilación, ¿en el pueblo o en la ciudad?

Derecho al descanso de quien, alcanzada una determinada edad y después de trabajar un cierto número de años, abandona su vida laboral activa para asumir la condición de pensionista, previo cumplimiento de los requisitos legales exigidos. Esta es la definición de jubilación recogida en el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico. Lo cierto es que se trata de una nueva etapa vital que se caracteriza por la búsqueda de tranquilidad, paz y disfrute del tiempo libre tras dar carpetazo a las rigideces de los horarios y tareas laborales. Llegado el momento, la mayoría de estas personas se plantean cómo desean vivir el resto de su vida y entre las diferentes opciones asalta la siguiente pregunta: ¿en el pueblo o en la ciudad?

Juliana Monreal salió de Tomelloso (Ciudad Real) siendo adolescente para instalarse en Madrid. Allí trabajó en Telefunken hasta que se casó y abandonó su vida laboral para centrarse en el cuidado de sus dos hijos mientras su marido trabajaba una imprenta en la que se jubiló. Durante todos esos años, este matrimonio hacía algunas escapadas con sus hijos a Tomelloso los fines de semana o días festivos.

Una Semana Santa, hace 14 años, su marido se puso frente a ella y le preguntó: «Juliana, ¿y si nos quedamos a vivir aquí?». «¡Estupendo! –contesté–. No me lo pensé dos veces. Accedí sin ni siquiera reparar en mis dos hijos, pero uno ya estaba casado y el otro, de 31 años, tenía nuestra casa de Madrid».

Y se quedaron a vivir en Tomelloso. Juliana tiene hoy 70 años y asegura rotunda que no se arrepiente de aquella decisión nada planificada. «Aquí tengo mucha tranquilidad. Es una localidad que se puede recorrer a pie de punta a punta y con tacones –dice entre risas–, aunque todavía camino muy rápido por la calle, cuando en realidad ya no tengo las prisas de Madrid, pero aún tengo esa costumbre muy interiorizada. También me costó mucho al comienzo hacer la compra. Las señoras tardaban una hora en pedir unas sencillas acelgas porque hablaban y hablaban con el tendero de toda la vida. El cambio de la ciudad al pueblo tiene este tipo de detalles. La vida fluye a otro ritmo y hay que saber adaptarse».

Al principio, este matrimonio no tenía muchas amistades. «Mi marido a base de salir a caminar todos los días fue ampliando sus relaciones sociales. Yo me apunté a varios programas de Personas Mayores de Fundación La Caixa sobre manualidades, costura y gimnasia e, incluso, coincidí con amigas de mi infancia. Aquí sales a la calle y te encuentras siempre a conocidos dispuestos a tomar un café. Nada que ver con la ciudad donde no conoces a nadie en la calle».

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